Desde el momento clave de la historia en que el ser humano estableció asentamientos fijos para vivir en comunidad, la ciudad ha sido la máxima expresión de la presencia cultural del ser humano en el mundo; una presencia propia que ha establecido, en cada momento histórico, cuáles son las dimensiones de su auténtica naturaleza, siempre sometida a las irrupciones imprevistas y desconcertantes de las múltiples fisonomías de la contingencia. Hoy, en la época de la «vigilancia electrónica», los asuntos relacionados con el dinero y el orden público están meticulosamente regulados y controlados, pero los restantes ámbitos de lo humano, aquellos que tienen que ver con la responsabilidad, la simpatía, el acogimiento, la honestidad y la misericordia, se encuentran en el ámbito de la voluntad libre y generosa de determinadas personas o grupos sociales. Se impone, por tanto, aproximarse a la realidad urbana a partir de una reinterpretación de los ingredientes materiales y mentales más decisivos que intervienen activamente en el espacio-tiempo vivido que ha configurado a las culturas de todos los tiempos. Esta Antropo