Por causa de su fragilidad, la vida tiene que ser cuidada en sus diversas expresiones; entre otras cosas, esto hace que la pastoral sea creativa. Como cristianos, estamos llamados a transformar el recuerdo en obras que se conviertan en imitación y profecía; estamos llamados a buscar y a encontrar a las personas allá donde verdaderamente están. Porque estas también se encuentran, ciertamente, en tantos momentos alegres y felices. Ahora bien, es en la fragilidad del dolor donde a menudo los afligidos buscan en nosotros una escucha y un signo de la presencia amistosa de Dios. Y Dios acepta que le encontremos en las mediaciones humanas.
La persona humana, en su ser individual y comunitario,
es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión: es la primera y fundamental vía de la Iglesia, una vía trazada por Cristo mismo, una vía que pasa inalterablemente por el misterio de la Encarnación y por el de la Redención.
Y esta, de manera especial, es la vía de la Iglesia, cuando el sufrimiento entra de algún modo en su vida.
Una Iglesia atenta a las personas que, en formas diversas, viven la experiencia de una vida frágil, una Iglesia marcada de maneras distintas por el dolor recorre el camino preferido por su Señor; y todavía hoy, de hecho, se le puede encontrar misteriosamente en los más frágiles.