Alessandra Molina integra esa categoría de poetas que, al decir de Joseph Brodsky, llega al mundo con una dicción ya establecida y su sensibilidad excepcional. De manera que no resulta difícil pensar su irrupción, para la poesía cubana de los últimos años del siglo XX, en los términos de un advenimiento. Enmarcada dentro de una generación que se preocupó por rebajar, a través de cierta recuperación ética del lirismo o de un impulso posvanguardista, la carga de ideología con que sus predecesores habían vulgarizado el lenguaje poético, la escritura de Alessandra Molina nos habla desde un después de la Historia o, lo que es quizá lo mismo, desde una prehistoria donde lo que le sucede, o está por suceder, es visto ya como una arqueología. Un lenguaje privado donde referencia, deseo, percepción o recuerdo se funden en una imaginería de líquenes, helechos, huesos y fósiles de conchas. Estamos ante una de las apuestas más arriesgadas dentro de la poesía contemporánea en lengua española.