El autor nos confiesa que lleva enseñando a orar más de treinta años. Y que nunca había intentado exponer de forma completa y sistemática todo el entramado teresiano de lo que enseñó. Lo veía tan innecesario como enseñar a las visitas el sótano de mi casa, o como desmontar un reloj para saber cuándo son las tres y media de la tarde. Pero tarde o temprano uno cae en la cuenta de que si queremos mantener el reloj en buena forma y que reanude su marcha si alguna vez se detiene, hay que conocerlo al menos un poquito por dentro.