Los hijos se encuentran en la edad de oro de la educación pues son los años idóneos para desarrollar su personalidad y forjar su carácter; tienen las mejores disposiciones para ello, son como pequeños diamantes en bruto a los que hay que pulir. Es el momento de fomentar los buenos hábitos y de adquirir las virtudes que les acompañarán toda la vida.
A partir de los siete años, y hasta la llegada de la adolescencia, los padres van a vivir unos años tranquilos durante los cuales los hijos se convierten en pequeñas y encantadoras personas. Se encuentran en una segunda infancia, una etapa que es como un remanso de tranquilidad y estabilidad... Justo el mejor momento para sembrar, cuando la tierra está húmeda y blanda: aún han de transcurrir unos cuantos años antes de que la adolescencia endurezca el terreno.
El peligro reside en no actuar, ya que los hijos no suelen dar problemas en estos años. Sin embargo, cuando se les sabe ayudar a esta edad, se evitan la mayor parte de las dificultades de la temida adolescencia. La educación no es una lotería, no basta con pensar "a ver si tenemos suerte"; resulta mucho más efectivo adelantarse a los acontecimientos y preocuparse antes por los hijos, para no tener necesidad de hacerlo después. En educación prevenir es más fácil.