Cuando Conan Doyle terminó sus estudios de medicina era un materialista convencido, aunque por su férrea educación católica siempre tuvo sospechas de la existencia de una fuerza superior. Cuando entró en contacto con el espiritismo se mantuvo escéptico, pero sus numerosas lecturas sobre el tema y su correspondencia con reputados científicos que defendían la causa espiritista le llevaron a convertirse en un abanderado de la misma. A comienzos del siglo XX la práctica de la doctrina espiritista era rechazada por muchos, desde los filósofos racionalistas hasta la propia Iglesia anglicana, y más aún la católica, pero como disciplina de investigación y experimentación era abrazada por destacados hombres de ciencia, políticos y celebridades como el astrónomo francés Flammarion o el tristemente célebre criminólogo italiano, Cesare Lombroso. Para Doyle, la muerte de su hijo y de sus padres, así como el horror de los campos de batalla en los que toda una generación de jóvenes había dejado de existir, fueron un motor de búsqueda de alguna confirmación sobre la vida después de la muerte. Su fe en las comunicaciones con el Más Allá le lleva a participar en sesiones espiritistas, dar conferencias y escribir los dos trabajos aquí publicados, que nos revelan minuciosamente la vida después de la muerte, anticipándose a ciertos planteamientos de la actual New Age.