Anna Duart se ha convertido en una gran poetisa. En primer lugar, ha roto con las tentaciones intimistas ganando de ese modo en intimidad comunicativa: del yo siento al yo comparto.
En segundo lugar, porque cada palabra ha devenido lenguaje esencial: mucho en poco, rico en fragilidad.
En tercer lugar, porque conjuga el sufrimiento del mundo con una sonrisa esperanzada: buen balance en buena balanza.
En cuarto lugar, porque se sitúa en esa delgada arista en que la poesía es filosofía y la filosofía es poesía.
En quinto lugar, porque nos invita a detenernos mientras no descansa: loca sabiduría del buen maestro.
Y en sexto, séptimo y octavo lugar, por lo que el lector mismo irá descubriendo en el ágil palimpsesto de su escritura.